domingo, 30 de noviembre de 2008

CRONICA "LUCHANDO CONTRA LA MUERTE"

Luchando contra la muerte

Yaneth Valencia, portadora del VIH desde hace ocho años, edificó sobre su tragedia personal una obra de luz: la fundación Lila Mujer, que en el Distrito de Aguablanca ayuda a mujeres con la misma enfermedad. Historia de una madre que prefirió apostarlo todo por la vida.
“No quiero abortar. Ya lo hice una vez y es muy doloroso. No me importa que mi hija nazca con Sida”, gritaba Yaneth, a quienes le reclamaban su irresponsabilidad por quedar embarazada siendo portadora del VIH.
Hoy, a sus 32 años, recuerda que a punto de dar a luz, el temor penetraba en sus huesos y el sentimiento de culpa le hacía perder la conciencia en la sala de partos del Hospital Universitario del Valle. “Parecía una loca. Estaba desesperada. Quise salir corriendo o lanzarme de un balcón. Pensé en mi otra hija, Lina. Con seis añitos de edad no merecía quedar sola en la vida”.
Cuando tuvo a la bebé en sus brazos supo que debía llamarla Laura. Una esquiva caricia despertó su amor de madre y por un instante se sintió tranquila.
El miedo al virus reapareció cuando el médico le prohibió amamantar a su hija. Según él, así disminuiría las posibilidades de padecer el contagio.
La primera prueba para comprobar si el Virus de Inmunodeficiencia Humana, VIH, estaba en la sangre de Laura, debía esperar hasta el sexto mes de vida. “¿Por qué Dios me castiga de esta forma?”, se preguntaba Yaneth Valencia a sus 26 años de edad.
Tiempos difíciles. Quizá una de las cosas que más recuerda es la improvisada fiesta de quince años que le organizaron en su barrio, en Aguablanca. Soñaba con un hermoso vestido y con un reloj de oro, pero se conformó con la torta, la gaseosa y los abrazos de sus amigos. Al llegar a casa, su padre le dio una fuerte paliza.

“Siempre me maltrató. Me golpeaba. Me daba la peor comida y mi madrastra me odiaba, porque mi verdadera madre me abandonó cuando era muy pequeña. Intenté suicidarme varias veces”, comenta Yaneth mientras recuerda que en muchas ocasiones quiso matar a su papá. Sobre todo cuando la obligaba a ser su objeto sexual.

Trabajó como empleada del servicio, vendiendo comidas, en un jardín infantil, elaborando artesanías y hasta de auxiliar de archivo. El destino le puso en su camino a Yilber, el padre de su primera hija, Lina. Yaneth tenía 20 años. Pero de esa época y de él, prefiere no hablar. Es un hombre al que odia profundamente.
"Decían que abortara, que esa hija nacería con el VIH. Pero no lo hice. Llegué a odiarla en mi vientre. Me pegaba puños en mi estómago. La detestaba".
El contagio. Yaneth se enteró de un programa gubernamental para que guerrilleros reinsertados terminaran su bachillerato. Sin haber sido combatiente, obtuvo su grado y aprovechó una beca para estudiar Tecnología Ambiental en la Universidad del Valle. Laboraba en contrajornada y vivía de alquiler en una habitación con su hija.
“Por esos días conocí a un suboficial del ejército. Era un tipo muy extraño. Estuvimos juntos por corto tiempo. Lo trasladaron a Bogotá y siempre me llamaba para decir que se iba a morir. Me enteré que el Sida lo estaba matando cuando lo internaron de gravedad en la Policlínica. Supuse que también estaba contagiada”.
Dice que lloró como nunca. Veía próxima su muerte. Un amigo suyo la llevó a un centro médico para que le practicaran la prueba del VIH. Dio negativa. Respiró profundamente, se fue a su casa y lo primero que hizo fue besar a su hija. Sintió que el alma le regresaba al cuerpo. Durmió tranquila.
Un tiempo después regresó a un centro médico por causa de un estafilococo. Los médicos le recomendaron practicarse nuevamente la prueba del VIH. Dio positiva.
Volvió a la desesperación. Perdió las ganas de vivir y evitaba cualquier contacto con Lina por temor a contagiarla. Hoy recuerda con tristeza esos días y confiesa que nunca pensó que llegaría a gozar del abrazo de sus dos hijas en esta Navidad.
Peligroso amor. Enfrentándose a la sociedad y a sí misma, después de varias pruebas que le confirmaron la presencia del VIH en su sangre, aceptó que debía continuar con su vida, trabajando por su hija y siguiendo rigurosamente el tratamiento que el especialista le ordenó. Hoy, el médico está muerto a causa de un paro cardiaco.
Yaneth rentó una pequeña casa. Victoriano Carabalí, un hombre joven proveniente de la Costa Pacífica le pidió en arriendo una habitación. “Estaba enfermo, tenía tuberculosis. Nos hicimos amigos y hasta algo más. Siempre me decía que quería tener una hija conmigo, pero yo le recordaba mi realidad. Era muy respetuoso y cariñoso. Creo, llegué a quererlo. Una noche se rompió el condón. Nunca más lo volví a ver”.
La confusión de ese día permanece en su memoria. Las voces de quienes casi la obligan a abortar parecía que se amplificaban en sus oídos, especialmente, cuando llevó a Laura, con seis meses de nacida, para que le practicaran la prueba del Sida.


Lila Mujer. Cuando Yaneth supo que debía aceptar la presencia del virus en su cuerpo, se propuso crear una asociación para ayudar a mujeres que, como ella, combaten contra la muerte, la pobreza y la exclusión. Así nació la Asociación Lila Mujer. El nombre es en homenaje a sus hijas Lina y Laura.
En su casa, en el barrio Las Orquídeas del Distrito de Aguablanca, funciona la sede de la Asociación. Hasta allí llegan mujeres madres cabeza de familia en busca de trabajo, comprensión, o simplemente un abrazo que les recuerde que aún están vivas.
Gracias al apoyo de amigos, de organizaciones no gubernamentales y de personas de buen corazón, Lila ofrece a las mujeres una ayuda fundamental para lograr atención médica, orientación psicológica y aprendizaje de oficios.
El sueño de Yaneth es tener un albergue y ofrecerle trabajo a sus mujeres. Por eso se le iluminan sus grandes ojos al contar que Andrea Echeverry ofrecerá un concierto, el 3 de Febrero de 2007 en Cali, para empezar a construir ese albergue.
Para ella, el principal problema no es siquiera que sean portadoras del VIH, sino las necesidades.
“Ante la extrema pobreza y el hambre que muchas de nosotras soportamos, no hay retrovirales que valgan”.
En familia. Lina es toda una señorita. Tiene 13 años. Cursa séptimo grado y pertenece a la Liga de Baloncesto del Valle. No sabe qué hará cuando sea grande, pero quiere que su madre la acompañe por mucho tiempo.

A Laura le gusta pintar, está próxima a cumplir 7 años de edad. Por estos días aprende a hacer figuras de origami. Los resultados de varias pruebas confirmaron que el VIH no está en su sangre. De dos entre cien, Laura, por ahora, va ganando la batalla. “Es un milagro”, asegura Yaneth.
220.000 colombianos viven con VIH y una quinta parte son mujeres, según Onusida.
Por: Carlos Garcia I El País

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